20.2.11

Shhh...

A veces me gustaría poder quedarme con el dolor que nos rodea para mí sola. Enterito. Puede resultar un acto suicida, pero si se piensa bien pierde toda la heroicidad con la que podía haber maldisimulado en un comienzo. En realidad, es de los actos más egoístas que podría planear una de esas madrugadas que una se anda peleando con las sabanas de un lado a otro. Si por un momento pudiera concentrar todo este dolor, me lo comería de un bocado y lo obligaría a quedarse ahí calladito, como las cosas que hacen daño de verdad. Sería todo un alivio poder pasearlo por la calle, contonearme sintiéndolo en cada centímetro de mi piel. Podría sentirme orgullosa por haberlo acaparado. Para mí y nadie más. Si total, lo iba a cuidar igual de bien que los demás. Lo acomodaría en el vacío que tengo en el pecho y entre suspiro y suspiro acabaría sintiéndose como en casa. Si me empeñase, incluso podría darle cada día un motivo diferente para no marcharse. Puedo ser de lo más imaginativa. Tan solo pondría una condición, una tan tonta que ni se daría cuenta de mi estrategia. Sería nuestro secreto, solo él y yo sabríamos dónde está escondido. Desde luego que lo convencería a la primera, el dolor es un tipo muy huraño y si no tiene visitas mejor. Y mientras él va haciéndose amo y señor de ese huequecito de oscuridad amueblándolo con ausencias y regándolo con dudas, yo me aseguraría de que no vuelve a dejar patas arriba todo este mundo pisoteado. Sería la casera más amable y no pondría ninguna objeción si quisiera ampliar su espacio de vez en cuando. Todos tenemos nuestras necesidades, el dolor también, ¿o nunca lo habían pensado? Yo creo que el problema radica en eso, en que es un incomprendido. Pobre dolor, menos mal que ambos podremos llegar a un acuerdo. Y espero que sea pronto, las oportunidades así hay que cogerlas al vuelo, por si deciden olvidar tu cara el día de mañana. Lo tengo todo preparado, una firmita aquí, otra allá y todo estaría listo para el traslado. Inminente a poder ser. ¿Imaginan? De pronto, la gente dejaría de sentirse indefensa y tan solitaria. Y frases hechas como “no ganamos para disgustos” o “de lo malo, lo peor” quedarían enterradas bajo una pila interminable de cosas por hacer, de esas que al final se recuerdan con melancolía y decepción por el tiempo perdido. Se acabarían las llamadas de “si yo te contara…” y las abuelas dejarían de competir por ver cuál se ha operado más veces. Las madres solo escribirían notas de agradecimiento y las lágrimas dejarían de correr la tinta de los apuntes. ¿Quién no querría levantarse por las mañanas entonces? Nuestro cuerpo comenzaría a desentumecer los músculos de las bienvenidas y poco a poco, todos irían dejando atrás aquello que una vez pintó las nubes de un gris empañado. ¿Entienden? Todo esto pasaría si un día pillara desprevenido al dolor. Si un día logro ocultar el mejor secreto de todos los tiempos.


No hay comentarios: