2.5.11

Mi sonrisa favorita

La señorita de la sonrisa de colores nunca fue una chica cualquiera. Tenía ese nosequé que todos sabían al pie de la letra, esos ojos que le deboraban a uno hasta el más mínimo gesto. A la señorita de la sonrisa de colores le gustaban las tardes con final feliz y los amigos con sabor a postre. Pasaba el tiempo revoloteando de un lado para otro, como una pompa de jabón curiosa, mientras iba repartiendo primaveras a todo el que veía con uno de esos chaparrones de enero. No, la señorita de la sonrisa de colores nunca fue de ésas que uno olvida así como así. Tenía una alegría contagiosa, completamente epidémica. Pero, ¿quién iba a poder resistirse a su risa fosforita? Curiosamente, la señorita de la sonrisa de colores nunca aprendió a andar de manera correcta, iba de aquí para allá de puntillas. Quién sabe, quizás le fuera más cómodo para salir volando de repente. Otra de sus diminutas costumbres era su adicción secreta a los abrazos de oso polar. Estaba casi tan enganchada como a las chucherías de las piñatas, pero eso no podía aceptarlo, no señor. Así que de vez en cuando jugaba a sustituir los tequieros por caraculo. La señorita de la sonrisa de colores tenía muchas cosas favoritas. Sin embargo, a mí lo que realmente me fascinaba de ella era su facilidad para vivir, en el sentido más amplio de la palabra.